El estudio, realizado por el reconocido Centro de Arqueología Urbana de la UBA, permite profundizar en el conocimiento de los usos y costumbres de los antiguos pobladores de esta quinta donde transcurrió gran parte de la historia argentina.
Restos de la historia comenzaron a ver la luz en el Museo Pueyrredón a partir de las excavaciones que el Centro de Arqueología Urbana (CAU) de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la UBA, dirigido por el doctor Daniel Schávelzon, inició hace un mes en la quinta de Rivera Indarte 48, Acassuso, a pedido de la Subsecretaría General de Cultura de San Isidro.
“Es un museo que todo el tiempo investiga e indaga sobre su colección y las personas que habitaron esta casa. El resultado son las muestras que se agregan a su guión, la publicación de libros y el diseño de actividades con fines educativos en las que un público de todas las edades es protagonista. Un museo netamente vivo que también desde la arqueología intenta seguir profundizando y ofreciendo nuevas miradas al conocimiento que los argentinos tenemos de nuestra propia historia”, expresó Eleonora Jaureguiberry, subsecretaria general de Cultura de San Isidro.
Este primer relevamiento de algunos puntos con potencial arqueológico tiene entre sus facetas centrales la de empezar a desandar las intervenciones que tuvo la quinta, sobre todo la de la década de 1940, que procuró asignarle una imagen más colonial y nacionalista de la que mostraba por entonces, y se originó cuando la Subsecretaría le pidió al CAU que determine si los hundimientos observados en pequeños sectores de los patios de la casa principal y de la Casa de los Chacareros podían representar un potencial riesgo estructural, algo que finalmente fue descartado.
“Con este trabajo empezamos a conocer algunas áreas que habían quedado invisibilizadas y conociendo una faceta más auténtica y verdadera del sitio. Incluso, a priori, observamos que los usos de la quinta se mantuvieron en los mismos lugares desde su fundación hasta la actualidad, sorteando esas intervenciones, resinificándose a la época y adaptándose a los materiales y nuevas modas y gustos. Es decir, es un sitio que podría ser una especie de capsula del tiempo, con mucho para indagar en un futuro”, dijo el arquitecto Francisco Girelli, que integra el grupo de trabajo junto con su colega Martín Nerguizian y el arqueólogo Alejandro Richard.
Uno de esos sectores es la Casa de los Chacareros, que desde el siglo XVIII ocupó un lugar clave en el rol productivo de la chacra con su horno y sus extensiones de trigales y frutales. Una construcción que sirvió de albergue de esclavizados y luego, en el XIX, dependencia del personal de servicio. Allí, en su patio, a una profundidad de entre 5 y 10 centímetros, y en un área de estudio de unos 30 metros cuadrados, los investigadores hallaron superposiciones de pisos de distintas épocas, como uno de principios del siglo XIX. Además, en una excavación de 1,20 metro, descubrieron parte del cimiento de una de las paredes originales y de ladrillos de la casa, que había sido demolida en los años 40.
“Allí hallamos mucho material de escombros de la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX, como ladrillos y cascotes, que fueron trasladados a ese sector, y también fragmentos de baldosas francesas que sí fueron parte del solado del patio a la intemperie de la casa y confirman lo consignado en la copia del plano de Bacle (1834). Entre ellas, partes de una baldosa Louis Riguad que conserva en su reverso la imagen de un elefante, sello de esa fábrica”, dijo Girelli sobre este trabajo, que incluyó dos semanas de tareas de investigación histórica y documental, como recopilación de planos, documentación y fotografías históricas, entre otras.
La pieza más antigua se halló en la excavación realizada en el patio de la casa principal, lindero con el baño del personal del museo, emplazado en el mismo lugar donde se encontraban las letrinas en el siglo XVIII. Es un fragmento de botija sevillana con la cara interior vidriada en color verde y que aún conserva las marcas del torneado, que se utilizaba a finales del siglo XVII y principios del siglo XVIII para el transporte de aceite y aceitunas.
“La presencia del CAU es garantía de trabajo serio y profesional. Una tarea que, como todas las que hacemos, dejaremos debidamente documentada. Eso es clave para los que en un futuro tomen la posta y también es parte de nuestra responsabilidad como museo”, expresó Cecilia Lebrero, responsable del Área de Registro y Documentación de la institución.
Solados de restos de baldosas de la zona de Havre, Francia (con presencia y en uso aún en varios salones de la casa principal) y perfumeros, éstos últimos más modernos y hallados en las barrancas, que también fue objeto del estudio, formaron parte de los hallazgos de este minucioso trabajo de campo.
Restos de un pasado que permitirán en etapas más avanzadas conocer un poco más sobre los usos y costumbres de los antiguos pobladores de la quinta, que en 1941 fue declarada Monumento Histórico Nacional y por la que transcurrió buena parte de la historia grande de la Argentina.
(InfoBAN)