«Si tuviera que apostar, lo haría contra el orden que muestran hoy las encuestas. No han ayudado a crear ganadores en el pasado. No hay indicios de que lo hagan ahora».
Esta frase fue el remate del newsletter distribuido la semana pasada. El ganador de la primera ronda electoral fue Sergio Massa, no Javier Milei, el favorito según las encuestas. No hay que fiarse demasiado de los pronósticos, porque resumen la opinión de las personas que ya tomaron partido. Y así y todo, muchas de las que tienen una decisión tomada, no responden y hacen que el juego parezca más definido de lo que lo está en realidad. Con lo cual, para saber qué sucederá el 19 de noviembre no va a haber más opción que esperar. Lo que corresponde es prepararse para los escenarios posibles, pero sin enloquecer. La excesiva cobertura que hubo antes del 22 de octubre ya dejó algunas pérdidas en la City. La única afirmación que puede ponerse sobre la mesa después de esta semana es que los extremismos no ganaron. Milei ya movió y se corrió hacia el PRO. Lo que falta ver es qué jugada ensayará Massa. Veamos.
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Desde que asumió su rol de ministro de Economía, hemos definido a Sergio Massa como la combinación de un jugador de póker y de ajedrez, que maneja las cartas de sus colaboradores en varias partidas simultáneas. Es un obsesivo que no deja escapar detalles y que está detrás de todas las decisiones, aunque no siempre sea el que las planifique o ejecute. Cada integrante de su equipo tiene una «mesa» delante, en la que del otro lado hay numerosos interlocutores: financistas, empresarios, productores agropecuarios, gobernadores, diputados, La Cámpora, el FMI o sus propios colegas de gabinete, por citar los clásicos. En medio de una campaña presidencial, la dinámica se multiplica.
La explicación viene a cuento de que muchos consideraron «sorpresiva» la victoria de Massa, por el simple hecho de que no la habían registrado las encuestas. Las elecciones, no obstante, se ganan en el territorio. Y el aparato político del peronismo lo sabe.
Veamos algunos datos de la batalla decisiva, que no es otra que la disputa en la provincia de Buenos Aires. Massa obtuvo en todo el país 9,3 millones de votos. De este total, 4 millones provinieron del mayor distrito de la Argentina. Unión por la Patria se impuso en 89 municipios, Juntos por el Cambio en 43 y La Libertad Avanza solo en 3. En las PASO, JxC había ganado en 86, pero en la siguiente ronda perdió ¡la mitad! Dicho de otra manera, el peronismo recuperó 43 comunas entre una elección y otra. No hay otro movimiento político que tenga esa capacidad de reacción. Es cierto que hablamos de la compulsa en la que estaban en juego la gobernación y las intendencias. Ahora en el cuarto oscuro habrá solo dos boletas, pero una de ellas es la del equipo que remontó la pelea y aspira a quedarse con el premio.
En la arena política argentina, hay un axioma que nadie se anima a discutir: para ganar la presidencia, hay que ganar la provincia de Buenos Aires. Pasar por alto ese registro fue uno de los factores que transformó en «sorpresivo» el resultado a favor de Massa. Ninguna encuesta que ponía a Milei en primer lugar daba como ganadora a Carolina Píparo en la provincia. Solo se asumía que iba a ver un efecto arrastre, sin corte de boleta, que iba a alcanzar para desplazar a Axel Kicillof. La floja candidatura de Néstor Grindetti tampoco movió la aguja. El intendente de Lanús (que vive en Caballito) perdió hasta en su distrito. Milei ganador sin Buenos Aires era improbable.
La provincia tiene 37% del padrón, y Unión por la Patria sumó 700.000 votos en dos meses. Las necesidades de su electorado no pasan tanto por las Leliq, el precio del dólar o la privatización de empresas públicas. En el conurbano, el «metro cuadrado» que moviliza a los votantes incluye tener empleo y comida en la mesa todos los días, mejor seguridad, pavimento, así como escuelas y hospitales que funcionen. Milei no tiene una propuesta focalizada en ese electorado. Solo su discurso de que puede con todo, pero sin mostrar nada más. Massa no puede ni arrancar la campaña si no le habla y abraza a ese público todos los días.
Vale acá una mención aparte para el costo del transporte urbano y la polémica decisión de promocionar cuánto pasaría a costar si se recorta o desaparece el subsidio. Massa se reservó para la última semana previa a la elección una medida pícara: la opción de renunciar al subsidio del boleto de tren o colectivo. Casi nadie adhirió a la propuesta, pero bajo el deber de informar las opciones a elegir, en los lectores de la tarjeta SUBE se les recordaba a los pasajeros que, sin el aporte del Estado, en lugar del valor actual pagarían $ 700. Para la oposición fue un golpe bajo. Para la campaña oficialista, un recurso inteligente. Una campaña de afiches hecha por los gremios ferroviarios (no por el gobierno) potenció su efecto. Y dio resultado, sin duda.
A modo de muestra, dejo el link de un reporte hecho por el colega Martín Ciccioli para TN, ilustrativo sobre qué significa el transporte público en el Gran Buenos Aires. Si fue un desafío el día de la elección, hay que imaginar lo que significa el resto del año para personas que toman entre dos y tres medios de transporte diarios para ir a sus trabajos y volver a su casa.
Desde el retorno de la democracia hasta hoy, hubo solo dos momentos en los que el peronismo perdió su histórico bastión. Del primero se cumplen cuarenta años. Fue el 28 de octubre de 1983, durante el cierre de campaña de Italo Lúder, el candidato justicialista que compitió por la presidencia contra Raúl Alfonsín. Herminio Iglesias, un sindicalista que había sido intendente de Avellaneda, quemó en el acto de cierre un pequeño ataúd con las siglas UCR. El incendiario era el candidato a gobernador bonaerense, y la historia le adjudicó el rol de mariscal de la derrota. Gracias a esa actuación, el médico radical Alejandro Armendáriz se hizo cargo del distrito hasta 1987. La segunda ocasión fue cuando María Eugenia Vidal se impuso a Aníbal Fernández, el ministro de Seguridad de Cristina Kirchner que compitió por la gobernación en 2015. Buenos Aires ayudó a crear la ola amarilla, y le aseguró el triunfo a Macri.
El mapa bonaerense actual está lejos de esas realidades. Con un gobernador reelecto y 89 municipios pintados de celeste, su peso en la balanza no contribuye hoy a un triunfo de Milei. Resulta difícil imaginar una explosión libertaria.
En mucha menor escala, algo similar sucedió en las provincias del norte. De las 16 que Milei conquistó en las PASO, solo retuvo 10.
El jueves, Sergio Massa se mostró con 18 gobernadores en las oficinas del Consejo Federal de Inversiones (alguno estuvo presente de manera virtual). Varios de ellos, como el entrerriano Gustavo Bordet, dejarán de serlo el 10 de diciembre. Pero estarán activos cuando llegue la hora de votar en el balotaje. Y eso pesa en las urnas. Los que no estaban, los radicales y el cordobés Juan Schiaretti, no harán campaña por Milei. El libertario, que no tiene estructura política en el interior, solo cuenta con un argumento para vencer el poder de fuego de los aparatos: el rechazo de un sector duro de la sociedad a la continuidad del kirchnerismo. Ese es el principal motor de su voto, el de aquellos que quieren un cambio sin que les importe demasiado el qué o el cómo.
El oficialismo superó, hace apenas seis días, dos barreras altas. La primera era la que marcaba la preocupación de la sociedad por el caso Insaurralde (como genérico de la corrupción, al igual que el episodio de Chocolate Rigau y los ñoquis de la Legislatura bonaerense). La segunda, la de los indicadores rojos del dólar y la inflación.
En materia económica, preocupó más la perspectiva hacia adelante que hacia atrás. La chance de que la dolarización desate una hiperinflación fue un factor de temor que incidió en el voto. Lo de Insaurralde quedó reducido a un caso más de la controvertida moda peronista de hacer excesiva ostentación de bienes. Para un país que tuvo un presidente que circuló por rutas bonaerenses con una Ferrari y tuvo affaires reconocidos con actrices y modelos, e incluso fue condenado por causas de corrupción sin que eso le impidiera ser senador, es difícil encontrar una historia que la supere en impacto. Massa actuó rápido: lo hizo echar, bajó su candidatura y dejó que el fuego se consumiera en la Justicia. A los vecinos de Lomas de Zamora les importó más que en su gestión, Insaurralde transformó el municipio y le trajo algo de prosperidad. Por eso ganó su delfín, Federico Otermín, quien como titular de la Legislatura debería haber dado explicaciones por el caso Rigau, pero hizo lo obvio: mantuvo la boca cerrada. Como todos los demás involucrados.
Hasta acá, explicaciones del domingo. Lo que queda es la compulsa entre los dos finalistas. Hagamos zoom en esta primera semana, en la que hubo decisiones que sacudieron el tablero más rápido de lo esperado.
¿Javier Milei movió primero? Mi respuesta es no: lo movieron. Porque la iniciativa partió de la candidata de Juntos, Patricia Bullrich, y de Mauricio Macri. La derrota de la elección general movilizó al ala dura del PRO a tomar partido rápidamente a favor del libertario. Lo que hicieron fue sacarse una decisión de encima, de una manera desprolija y poco calibrada, porque la transformaron en un problema para la campaña de Milei.
El expresidente intuyó desde el comienzo que el libertario estaba destinado a hacer un mejor papel que Bullrich. Por eso no dejaba de tener contacto con él, o de destinarle algún comentario positivo. Pero terminó haciendo lo mismo que le criticó a Larreta: jugar a dos puntas. Cuando su candidata le pidió que cortara con ese juego, lo hizo sin sutilezas: los videos en los que critica a La Libertad Avanza sin ahorrarse descalificativos, circulan ahora como memes de campaña. Nadie resiste un archivo. Menos los que tienen apenas días.
Los referentes del PRO se apuraron a saltar la valla, porque percibían que iba a venir una ola de pases difíciles de contener. Pero se movieron a contrario sensu de lo que indicaba la lógica política. El movimiento lo tendría que haber empezado Milei, y el PRO debería haber escuchado una propuesta: qué políticas hubiera estado dispuesto a cambiar el candidato con tal de recibir los votos del macrismo. Pero eso no sucedió. Sin poder borrar la idea de que la negociación ratificó el mote de «Juntos por el Cargo» que les puso el propio Milei, Macri y Bullrich dijeron que su voto es a título personal. La confusión que crearon, por esa torpeza, es total. Nadie sabe si para no desairar estas adhesiones Milei va a congelar la dolarización, o la ruptura de relaciones con el Vaticano, o el rechazo a profundizar las relaciones diplomáticas con Brasil y China, por mencionar solo algunas.
Bullrich y Macri, con este juego, dejaron en completo offside a Carlos Melconian y a todo su equipo, a quien sumaron como ministeriable con la condición de que saliera a demoler las ideas económicas de Milei en la campaña. «Rifaron el plan que hicimos durante todos estos meses», dijo uno de los hombres que colaboraron con esa tarea en el cuartel de la Fundación Mediterránea. «Era el único activo que tenía Bullrich, un plan serio, y quedó en punto muerto», agregó. La institución, de todos modos, ratificó que se lo presentará al ganador, sea quien sea.
Para el mercado (las doscientas personas que toman decisiones sobre fondos de corto plazo de inversores institucionales, fondos y ahorristas medianos) el salto al vacío que implicaba dolarizar, se diluyó. Aunque no quedó escrito, imaginan que en caso de que Milei logre conquistar el balotaje, el contrapeso del tándem Macri-Bullrich lo transformaría en una meta teórica. Esto es una suposición, ya que ahora el núcleo duro del candidato libertario tiene que resolver dónde se para frente al PRO. Esa discusión será ruido en la campaña, sin duda, porque agudiza los personalismos de uno y otro lado.
Los párrafos finales son para la estrategia de Massa. El postulante de Unión por la Patria ya cubrió su base. La devolución del IVA ya llegó a 17 millones de personas, y aunque el monto reintegrado tiene un tope de $ 18.800, les demostró a muchos votantes que estaban afuera de los beneficios tradicionales del Estado (AUH, tarjeta Alimentaria, planes sociales, etc) que había beneficios para todos. La siguiente ronda viene del lado de Ganancias: el ministro de Economía la planificó para la segunda vuelta, ya que se hará efectiva en los sueldos de octubre que se pagarán la semana entrante. El costo fiscal de este plan es alto en la teoría, y calculado en doce meses. Pero de acá a fin de año, demanda algo de contabilidad creativa y financiamiento extra, pero no es incumplible. Vale señalar que por el IVA se devolvieron $ 67.000 millones, y la recaudación del impuesto el mes pasado fue de $ 1,3 billones. Si hay que conseguir que cierren las cuentas con el FMI, quien asuma en diciembre tendrá que empezar a calcular qué pagos quedan para el 2024. Nada nuevo bajo el sol en el manejo de la caja del Estado. Ayer, por citar un dato cercano, la Secretaría de Finanzas licitó deuda y sumó en octubre financiamiento neto por $ 700.000 millones. Con cepo y exceso de pesos, no es imposible.
Massa tiene que ejecutar ahora un movimiento que avance en dirección a su gobierno de unidad nacional. Tiene que ser limpio, casi quirúrgico y en lo posible ecuménico. No tiene que ser un «robo» a Juntos, porque no necesita reafirmar lo obvio, que es que recogerá muchos votos del ala blanda de JxC que no tolera el estilo Milei. Un académico, un dirigente provincial, un empresario o incluso un economista pueden servir a este fin. Como dicen en UP, alguien que sea «normal».
La danza de nombres para un potencial gobierno de Massa ya comenzó, como era de esperar. Pero arrancó por el casillero que seguramente será el último en llenar, el Palacio de Hacienda. Es difícil que un jugador que vaya tan al límite en la economía se anime a sumar a un profesional con cartel y peso propio, como Martín Redrado o incluso Carlos Melconian, dos nombres ya citados en los medios. Ambos hoy están en el equipo de Juntos, y seguramente no tendrán problema en compartir parte de sus ideas o proyectos. Pero con Massa, al igual que con Néstor Kirchner, el «ministro» va a ser Massa. El tigrense necesita un jugador hábil que acepte órdenes y ejecute sin errores. Por eso sus primeros candidatos habría que buscarlos en su equipo actual. Leonardo Madcur y Gabriel Rubinstein le llevan los números al ministro de manera eficaz. El primero, jefe de asesores, es el que encabeza la negociación con el Fondo. El segundo calcula cuánta agua hay en la pileta antes de tomar cada decisión. Ambos formaron parte del team de Roberto Lavagna entre 2002 y 2005, acompañando a Guillermo Nielsen en la exitosa reestructuración de deuda cerrada dos años después del default de Rodríguez Saá.
Lavagna padre será asesor, pero no está para el trajín diario. Por eso quien podría funcionar como titular del equipo es su hijo Marco, hoy formalmente al frente del Indec pero a cargo de las negociaciones con todos los organismos multilaterales. Redrado, hay que señalar, sí podría ser titular del Banco Central, un cargo que ya cumplió con Néstor y Cristina en la Casa Rosada.
Massa tiene que demostrar que puede aterrizar el avión sin que se desarmen las alas o se rompa el tren de aterrizaje. Por lo pronto, tiene que mostrar algún gesto que apuntale sus compromisos pendientes, como ser el pago al FMI (que saldrá esta semana) y la discusión de un Presupuesto 2024 que apunte al equilibrio fiscal, como mínimo. El Congreso ya comenzó con esa tarea.
¿Qué hará con el dólar? El reclamo del mundo financiero y parte del académico es que unifique los tipos de cambio y borre la brecha. Pero apostar a una devaluación mayor es no tomar en cuenta el ADN del peronismo. Massa entiende que debe ir en ese rumbo a mediano plazo, pero no pensará en avanzar (Milei tampoco, vale aclarar) hasta que no entren dólares.
El modelo del actual dólar exportador (al que podemos llamar dólar fernet, porque combina 70% del oficial con 30% del financiero) es un ensayo de desdoblamiento cambiario. Es el esquema de salida suave, que puede complementar el crawling peg que ya anticipó su equipo económico para los meses de noviembre y diciembre.
A fin de año debería haber algo más de oferta de dólares, pero estará atada al nivel de la brecha. O en todo caso, a que el dólar fernet se transforme en una suerte de dólar Martini, donde la combinación sea más 50/50. El porcentaje de mezcla de oficial y libre está destinado a crear un valor neto que sirva de estímulo para liquidar, al menos hasta que se pueda instalar un dólar financiero por el que se puedan cursar los pagos de servicios y turismo. El oficial para las importaciones básicas seguirá siendo «ecualizado» hasta que las reservas recuperen el nivel previo a la pandemia. Eso debería empezar a suceder en el segundo trimestre del año próximo, cuando las exportaciones vuelvan a generar superávit comercial (ya sin compra de combustibles gracias a Vaca Muerta) y con vectores como el litio y la minería funcionando de manera más activa.
Para llegar a diciembre, además del swap tendrá los casi u$s 900 millones de la licitación del 5G. Y no hay que extrañar que entre los proyectos que le pida apurar al Congreso reaparezca un blanqueo de capitales a costo cero. No le alcanzarán para aliviar la demanda acumulada de los importadores, pero el candidato de UP ha mostrado que tiene recursos originales para enfrentar estas restricciones. Hay que recordar que ya gestionó el primer crédito del fondo soberano de Qatar que recibió la Argentina. Y puede haber más ofertas en esa línea. Brasil tiene promesas de financiamiento pendientes, que hay que alguna vez deberán bajar a tierra.
Por ahora el mercado está de su lado. La baja del blue (que sigue con la guardia alta porque la presencia policial en la City puede ser un arma de doble filo) y de los dólares financieros contribuyen a suavizar las proyecciones de inflación de acá a fin de año. Al 30% que sacó Milei, los inversores le anotan la mitad de los votos de Juntos (que obtuvo 24%), y no mucho más. A los 37% de Massa, le anotan algo menos de 10% de Juntos, más parte del caudal de Schiaretti y Myriam Bregman. Es una aritmética que por ahora solo calma las angustias más inmediatas. El largo plazo es otra historia.
El Cronista