Contrario a la creencia popular, no es suficiente con tener buenas ideas respecto a la economía para triunfar políticamente y llevar un país a buen puerto. Sin dudas, Javier Milei es la máxima expresión de esta concepción. En reiteradas ocasiones, el candidato a presidente se desliza en lo que se conoce como «economicismo»: el criterio, filosofía o doctrina que sostiene un sesgo o abuso en su concepción del comportamiento de una sociedad, reduciendo todos los hechos sociales a su aspecto económico (oferta y demanda, transacciones, ganancias esperadas, etc.). Acaso el ejemplo más claro sea la concepción del delito de Javier Milei. Según sus propias palabras, «los individuos eligen convertirse en criminales porque esperan beneficios mayores que del trabajo legal, teniendo en cuenta la probabilidad de ser detenidos y condenados, así como la severidad de la sanción».
Inspirado por el economista Gary Stanley Becker, el candidato afirma que el origen del crimen es una ponderación individual entre los costos de la actividad y los beneficios esperados. En términos de política social y punitiva, esto significa que a medida que las penas son más bajas y menos efectivas, más florecerá el delito. Se trata, simplemente, de la aplicación de los principios del homo œconomicus (Hombre económico en latín) al crimen. La concepción del hombre ecónomico, como un actor plenamente racional y exclusivamente orientado a medios y fines, fue desmontada experimentalmente y reemplazada por la concepción de la racionalidad acotada o limitada (que considera aspectos como la ausencia de información completa, los sesgos cognitivos, la emocionalidad, los aportes de la psicología científica al proceso cognitivo, etc). El término fue introducido por Herbert Simon y posteriormente popularizado por Daniel Kahneman.
El economicismo de Milei y Becker es peligroso porque parte de supuestos falsos para arribar a soluciones ineficaces. Al igual que la mayoría de las macropropiedades de sistemas inmensamente complejos como las sociedades -que a su vez anidan diferentes subsistemas cualitativamente diferentes e interrelacionados entre si- no puede explicarse la emergencia del crimen con una sola metodología de estudio.
La teoría de Milei -y su solución de aumentar los costos del crimen, por ejemplo, liberando la venta de armas para la sociedad civil- falla en explicar por qué la mayoría del crimen se produce con mayor frecuencia durante la segunda y tercera décadas de la vida. Tampoco explica por qué los hombres cometen más delitos y más violentos que las mujeres. Ni por qué los hombres parecen tener más probabilidades de reincidir. Todo eso considerando que, al mismo tiempo, son la población carcelaria más populosa.
Tampoco explica por qué la gran mayoría de los jóvenes que se involucran en la delincuencia cometen delitos y luego desisten. Los delincuentes reincidentes son una minoría dentro del crimen total. Un estudio clásico realizado en Filadelfia (1), por ejemplo, mostró que el 6% de una cohorte de chicos nacidos en 1945 representaba el 52% de las detenciones de la cohorte. La teoría falla en mostrar las razones por las que la mayoría de los criminales no se dedica a un tipo de crimen en particular, sino que suelen cometer una gran variedad de ofensas (2). Si la teoría fuese cierta, ¿por qué no todos los criminales se dedican al mismo crimen, aquel que tiene los mayores beneficios esperados con el menor riesgo?
La teoría es, además, unidimensional. No toma en cuenta factores biológicos. Por ejemplo, algunos genes (como el CDH13) asociado anteriormente a un mayor riesgo de abuso de sustancias, se han relacionado con la delincuencia violenta y otras conductas peligrosas. La inclusión del aspecto biológico (y de otras dimensiones de la existencia humana) ofrecen explicaciones más ricas. Por caso, explican la prevalencia del crimen durante las edades jóvenes, donde los inhibidores del lóbulo prefrontal no están plenamente desarrollados y existe una tendencia hacia la subestimación del riesgo de la misma manera que se buscan actividades reforzantes de la emoción y la adrenalina.
Los aspectos sociales también son importantes. Por ejemplo, el rol de la religión como un predictor de menor actividad criminal (3). Se estima que esto está relacionado con el impacto psicológico del crimen según la escala moral y valorativa de cada individuo. En este sentido, solo cabe recordar la relación entre crimen e inequidad económica y social; una de las correlaciones más conocidas en la sociología del crimen.
Lastimosamente, mucho de la campaña de Milei está manchada por su visión economista (del desarrollo, del capital humano, de la actividad política, de las relaciones internacionales, de las leyes, etc.) y como cualquier persona sabe; los fenómenos complejos son multicausales y multinivel; no atañen solamente a la economía. Con los altos niveles de inflación y el deterioro del poder adquisitivo, es fácil olvidarse de esto y dejarse convencer de lo contrario. Pero, por ahora, con la economía no alcanza.
(1) Wolfgang, M.E., Figlio, R.M. & Sellin, T. 1972, Delinquency in a Birth Cohort, The University of Chicago Press, Chicago.
(2) Gottfredson, M.R., & Hirschi, T. 1990, A General Theory of Crime , Stanford University Press, Stanford, p. 91.
(3) Evans, T. David; Cullen, Francis T.; Dunaway, R. Gregory; Burton, Velmer S. (May 1995). «Religion and Crime Reexamined: The Impact of Religion, Secular Controls, and Social Ecology on Adult Criminality». Criminology. 33 (2): 195-224.
El Cronista