Los tarifazos no cesan. En el transporte generaron la reacción masiva de la gente a la que la plata no le alcanza: saltar los molinetes. Crónica desde una Constitución llena de vigilantes y al borde del colapso.
«Si el rati no paga, el que labura tampoco». El esténcil acompaña la frase con la imagen de un pibe saltando molinetes. Está tatuado con rabia plebeya en una curtida pared, a pasitos de la estación Constitución, esa brújula urbana del humor social. Adentro, la neoclásica nave central de Plaza es un hervidero de pasajeros en tránsito perpetuo. Los trenes llegan, los trenes se van, en la última tarde del cruel febrero mileísta. El hambre viene, el hambre se va, rumbo al siempre postergado Conurbano. Eso sí, no se olviden de abonar sus boletos.
«Quién pudiera. Tengo la SUBE seca hace días. A esta altura del mes no me queda otra que saltar», confiesa Brain, cajero hambreado por los patrones de un supermercado de Palermo a secas. El muchacho pispea que los gordos de seguridad estén lejos, toma aire y se lanza sin dudarlo contra los molinetes. Con destreza digna de atleta olímpico, el joven deja atrás las vallas y se pierde en el andén. El tren de las 18:30 lo acercará hasta su Berazategui natal. Maldita suerte, acaban de cancelar el servicio.
A principios de febrero el gobierno nacional anunció la suba del 250% en el pasaje en colectivo, y del 170% en el tren. En un solo día, alguien que se toma dos transportes para ir a trabajar se gasta más de mil pesos. De acá a abril la idea oficial es llevar el boleto del bondi justamente a mil pesos. Parafraseando a Palo Pandolfo y Don Cornelio: «Si ya estás en el molinete, salta».
Sádico es el chiste que nombra al «molinetazo» como nuevo deporte nacional. Laburantes, jubilados y familias enteras saltando o pasando en cuclillas por debajo de las aspas o abriendo los molinetes es la trágica postal cotidiana en Constitución, Retiro, Once y más allá, desde que el gobierno anarcocapitalista implementó los tarifazos. Dicen que el mercado se regula solito. La Argentina saltó al vacío.
El viernes por la tarde, el hall de Constitución fue el escenario de un «molinetazo»: una protesta del público por los aumentos. Desde abril el boleto de tren arañará los $ 260, siempre y cuando el pasajero tenga la suerte de tener la tarjeta SUBE registrada a su nombre. «Se fue al doble (el boleto) y mi sueldo quedó fijo», se lamenta Mirtha, trabajadora de casas particulares llegada desde Lobos. La señora hace números antes de agacharse frente al molinete: «Tengo que elegir entre pagar el pasaje o darle de comer a mis tres hijos. ¡Gracias, ‘Peluca’!».
¿Cuál fue la respuesta del gobierno? Poner más vigilancia. La seguridad privada ya no recorre la estación. Son una pared infranqueable detrás de los molinetes. ¿Su misión? Evitar el acto justiciero de los laburantes que cuentan moneditas. Trabajadores versus trabajadores. Los hombres de gris evitan las declaraciones. Algunos miran con cara de pocos amigos y piden la credencial de prensa cuando se los retrata hoscos. Otros susurran por lo bajo: «Órdenes de arriba, nos toca poner la cara y hacer de malos. Pero entendemos a la gente, no dan más. Encima se viaja cada vez peor, como sardinas. Suspendieron 86 servicios el último mes».
Al operativo se sumaron esta semana los cosacos federales de la ministra de la Represión, Patricia Bullrich. Según se informó, por el momento la presencia de los azulados es para «advertir» a los pasajeros que evaden el pago del boleto. Si repiten la práctica hay multas de $ 1300. Cómo llevará la policía el control de quién salta los molinetes por segunda o décima vez es un misterio. «Lo voy a seguir haciendo. Estoy desocupado y vengo a buscar laburo a Capital, hago changas. En Claypole, de donde vengo, no hay nada de nada, no hay más comida en los comedores. Tengo que morfar, que me lleven preso si no pago el boleto», espeta en la cara de los uniformados Martín, un joven con agallas.
«Lo deseable no es cultivar el respeto por la ley, sino por la justicia» (agregaría social). La sentencia es de Thoreau, autor de un libro de lectura obligatoria para el presente argentino. Se titula Desobediencia civil. Al salto cotidiano en las estaciones se suman masivos molinetazos como forma de protesta. «No queda otra –dice Roberto, obrero de la construcción que regresa cansado a su casita en Florencio Varela–, la pelearemos juntos los laburantes. Al final nosotros éramos la casta. Acordate, no hay molinetes o policía que puedan frenar al pueblo».
Subsidios
Esta semana el gobierno hizo públicas las cifras con las que determina el costo del transporte, y así estimar cuánto transfiere a las empresas.
Allí hablan de un aumento del 29% en los subsidios, cuando la inflación fue el doble. Por ejemplo, el costo del gasoil parece estar subestimado, la estimación de recaudación de IVA parece ampliamente sobrestimada (si lo obtenido por ese impuesto termina siendo menor de lo calculado el Tesoro puede ahorrarse unos $ 4000 millones); y el nuevo cálculo incluye además una reducción en la cantidad de colectivos existentes: los limita en torno a 17.000, dejando de lado unas 1500 unidades.
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