En el newsletter de hoy voy a continuar algunas ideas que presenté en el anterior. En esa entrega, hablaba de los jóvenes y decía que los discursos sociales de alarma sobre las derivas ideológicas de los jóvenes y adolescentes (hacia la derecha, que es lo más usual, pero también sobre supuestas culturas de la cancelación feminista y cosas por el estilo) encubren otra realidad: la ausencia de proyectos de gran escala que los convoquen a ser partes de una transformación de la realidad social.
Mencionaba algunos datos que van en contra de los relatos del nihilismo juvenil, como la falta de vacantes en escuelas secundarias técnicas (un problema que no se limita a la provincia de Neuquén, sino que es nacional) o el crecimiento enorme de la matrícula en carreras relacionadas con ciencias de la salud, como enfermería. En estos últimos días, me crucé con más data points que abonan esta idea. La carrera más elegida por los ingresantes a la Universidad del Comahue en 2021 es enfermería; la segunda es psicología (con una epidemia de problemas de salud mental concomitante al trauma social de dos años, o más bien tres, del COVID, vamos a necesitar a todos los profesionales de salud mental que podamos conseguir). La Licenciatura en Criminología y Ciencias Forenses (donde soy docente) es la carrera con más inscriptos de la Universidad Nacional de Río Negro; nuestros alumnes eligen para sus trabajos finales de grado temas que van del femicidio hasta la reinserción social de las personas privadas de la libertad, pasando por el desarrollo de métodos de análisis de entomología forense para datar escenas del crimen. O sea, antes que dar una idea de personas jóvenes que eligen trayectorias de desarrollo despreocupadas de la problemática social, puede pensarse que eligen a sabiendas ir hacia las problemáticas más centrales y más difíciles de la época.
Otro dato: 76.000 chicos se inscribieron en las Becas Progresar para estudiantes secundarios de 16 y 17 años en solo tres días después de que el ministro de Educación, Jaime Perczyk, anunciara la ampliación del programa. En el medio de diciembre, cuando en teoría estamos todos pensando en las vacaciones y los chicos y chicas de mi ciudad están en piletas y en la costa de los ríos, 76.000 se anotaron para tener la posibilidad segura de terminar el secundario.
Estaba pensando en estos temas cuando llegó a mis manos un informe sobre la política social realizado por Fundar, una organización sin fines de lucro que promueve una agenda de desarrollo sustentable e inclusivo para la Argentina. Este informe deja un hallazgo que me parece importantísimo: uno de los problemas principales de la Argentina es que no invierte lo suficiente en niñes, jóvenes y adolescentes. Cito: “El gasto destinado a adultos mayores pobres supera ampliamente el gasto dirigido a niños/as pobres: en 2019, por cada peso que el Estado gastaba en asignaciones familiares para niños pobres, gastaba cinco pesos en pensiones para adultos mayores pobres”. Por supuesto que esto no es un argumento para recortar la inversión social destinada a adultos mayores (aunque no me cabe duda de que ciertos voceros de la derecha lo interpretarán así en diarios y pantallas en pocos días). Es un argumento para desarrollar nuevos programas de gasto direccionado.
Ninguna inversión social tiene un retorno positivo más seguro que aquella que se destina a niñes y jóvenes. Pensemos en la política de creación de universidades públicas: hoy nos encontramos con que la creación de universidades en zonas donde no las había no reduce la matrícula en las universidades “viejas” sino que amplía la masa total de estudiantes. No se trata de un juego de suma cero, sino de crecimiento para todos. Pensemos en las posibilidades de un equivalente del Cuerpo de Paz estadounidense o de Teaching for America. Ninguna de las iniciativas similares que aquí se intentaron (como los llamados a voluntarios jóvenes durante los primeros meses del COVID) fracasó por falta de interesados: fracasa por falta de recursos y de organización del Estado. Es necesario aumentar la inversión social hacia niñes, jóvenes y adolescentes en programas de gran escala, que aumenten sus posibilidades de hacer lo que ya están haciendo, casi sin ayuda: mejorar sus propias comunidades.
No se trata de “ayudar” a los más jóvenes. Se trata, por una vez, de dejarnos ayudar por ellos.
María Esperanza Casullo | Cenital