El devenir del escenario presente suma datos concretos y un componente de azar. Lo concreto es que la resta de 20 mil millones de dólares por la sequía fue el último golpe para una administración signada por la mala suerte. Los dólares se terminaron, pero al igual que en otros muchos momentos críticos de la historia local, todas las fichas se juegan a resolver la escasez en el corto plazo. El componente de azar es qué sucederá con las múltiples acciones que intentan conjurar esta escasez, es decir en qué éxito tendrá un ministerio de Economía hiperactivo en la búsqueda de nuevo endeudamiento.
Acerquemos el ojo. El dólar es una variable distributiva. Como es archiconocido en la historia económica local, la devaluación del peso consecuente de la imposibilidad de sostener el precio del dólar se traduce, en la vida cotidiana, en una gigantesca transferencia de recursos entre quienes viven de ingresos fijos en pesos y el resto de la economía. Esta es la razón por la que cualquier corrida desata tanto vértigo. Quienes viven de un salario saben –y si no lo saben lo intuyen– que cuando el dólar se va para arriba sus ingresos se van para abajo. En paralelo, quienes conducen la economía saben también que esa suba del dólar se traslada más o menos rápidamente a los precios, a la inflación, la que siempre es fuente de malestar para la mayoría de la población. Y se afirma “para la mayoría” porque luego de medio siglo de alta y muy alta inflación existen sectores altamente entrenados para surfearla y beneficiarse de ella, desde el capital comercial al financiero, pasando por todos los que pagan salarios, una dinámica perversa que no obtura que la inflación funcione como la principal fuente de inestabilidad política.
Ahora bien, dentro de esta dinámica existe siempre la tentación de mantener al dólar sobrevaluado (barato en pesos). A la inversa de lo que sucede cuando se devalúa, mantener el dólar “atrasado” aporta a sostener los ingresos salariales y a la estabilidad de precios. Sin embargo, sostener el precio del dólar sólo se consigue de una manera: contando con los dólares para abastecer la demanda de divisas. Estos dólares pueden ser “genuinos” o no, es decir pueden ser producto de las exportaciones y del ingreso de capitales o provenir de la toma de deuda. No parece necesario aclarar cuál es el circulo virtuoso y cuál el vicioso.
Cambiando de perspectiva la teoría económica “sabe” que si se aumenta el Gasto o se mejora la distribución del ingreso y se expande el Consumo, la consecuencia es que aumenta la producción y el PIB. Sin embargo, sobrevaluar el tipo de cambio y mejorar la distribución del ingreso no significa haber descubierto la máquina de la felicidad económica, porque cuando el PIB se expande las importaciones comienzan a crecer mucho más rápido que las exportaciones, a lo que debe sumarse la tendencia a la dolarización de los excedentes producto de la pérdida de la función de la reserva de valor de la moneda local.
Si bien la secuencia que se desata y las relaciones causa-efecto que ocurren cuando se mueve el tipo de cambio, la producción y los ingresos son conocidas, no faltan los economistas que creen que el nivel del tipo de cambio y las relaciones de distribución del ingreso pueden manejarse a voluntad y sin otras restricciones que las políticas. Para ellos hay una mala noticia: la restricción externa existe y tiene consecuencias concretas.
Ahora bien, si se observa que la Argentina está barata para todo el mundo y que hasta desde los países vecinos se cruzan a comprar barato en el mercado local, es obvio que existe un problema con el tipo de cambio. Y ni hablar si los precios internos a los que compran los vecinos se nutren además de importaciones al dólar oficial y de precios de la energía subsidiados.
La gran paradoja del presente, entonces, es que el dólar no parece estar atrasado, sino por el contrario caro en moneda propia (lo que explica que el país sea barato para los extranjeros), y que a pesar de ello falten divisas para sostener su cotización. O sea, la moneda está devaluada, pero persisten las presiones para continuar devaluando. Al mismo tiempo, la voluntad y la necesidad de que la moneda no continúe devaluándose es la que sostiene el llamado “cepo” y, en consecuencia, la brecha cambiaria. Pero a la vez, la brecha es la madre de todas las distorsiones, la razón de que haya un dólar significativamente más barato que otro y que exista un incentivo muy fuerte a exportar en negro, es decir a la “barranización” de las exportaciones, con todo lo negativo que ello implica para la macroeconomía. El inmenso contrabando que puede suponerse existe, y que conocen quienes tienen distintas formas de cercanía con las fronteras o con las ventas de servicios al exterior, no se debe precisamente a zonceras como “la falta de control de la hidrovía”, sino al más pedestre “cepo” que da lugar a incentivos demasiado grandes para vender sin que lo vea el regulador.
El Destape